DESCRIPCIÓN
Se denomina trastorno de ansiedad generalizada (TAG) o también ansiedad crónica, a aquellos niveles de ansiedad que por su intensidad y duración, impiden a la persona tener un buen funcionamiento cotidiano. La ansiedad, por definición, no es nociva para el ser humano. De hecho, es vital. Para poder hacer frente a las demandas del entorno y activarnos mental y físicamente, necesitamos cierto nivel de ansiedad. El grado de ansiedad óptimo es aquel que nos empuja hacía la acción, nos permite orientarnos hacía un objetivo y no nos bloquea. Es decir el que nos mantiene alerta, facilita el buen rendimiento y nos permite alcanzar resultados positivos. Por tanto, la ausencia total de ansiedad, al igual que el exceso de la misma, no solo no nos son útiles sino que, incluso, nos pueden ser contraproducentes. Imaginemos un ejemplo para el caso de ansiedad cero: un vendedor tiene que preparar un pedido para un cliente importante que vendrá a recogerlo al día siguiente pero, el vendedor carece de ansiedad alguna. Al no sentir un mínimo de estrés, tampoco aparece motivación para actuar y el vendedor no hace su trabajo. Al día siguiente, la consecuencia será inevitable. Poniéndonos en el otro extremo, pensemos que el vendedor está extremadamente apurado, nervioso, inquieto por ese pedido. Objetivamente, sabemos que la tarea que tiene que hacer es importante pero también sencilla. A pesar de esto, y debido a que la ansiedad le supera, se siente incapaz de hacer nada. No puede concentrar sus fuerzas en conseguir su objetivo porque está ocupado luchando contra su ansiedad. Las personas con ansiedad generalizada, se encuentran en este polo, en el del exceso de ansiedad. Pero, su ansiedad no se presenta de forma puntual y proporcional a determinados estímulos desencadenantes, sino que les acompaña todo el tiempo (desde hace al menos 6 meses) y aparece ante una gama muy amplia y variada de situaciones no necesariamente ansiogenas de por sí. Así, viven como abrumadores, pequeños acontecimientos cotidianos y reaccionan ante ellos con excesiva preocupación y malestar.
CARACTERÍSTICAS
La característica principal de la ansiedad generalizada son las preocupaciones. Preocupaciones por temas cotidianos (el dinero, las relaciones, el trabajo, los estudios, la salud…) que la persona no puede controlar, que le resultan molestas para seguir adelante con su vida, que son demasiado intensas, duraderas y abarcan demasiados temas. La persona se siente angustiada pero quizá no puede atribuirlo exactamente a algo o quizá sí puede pero ese algo no es suficientemente grave como para explicar la magnitud de su perturbación. Además, tanta inquietud, se acompaña de síntomas físicos que normalmente no aparecerían si la ansiedad fuera normal. En este contexto, cualquier novedad o circunstancia un poco distinta, desasosiega más de lo esperable y se vive con rechazo por ser percibida como más amenazante de lo esperable.
SINTOMATOLOGÍA
Sintomatología propia
Los síntomas que definen la ansiedad generalizada se pueden separar en dos grandes grupos: los de tipo cognitivo y los de tipo físico.
En primer lugar, dentro de los síntomas que tienen que ver con los pensamientos de la persona, encontramos:
– Las expectativas aprensivas y las preocupaciones excesivas o poco realistas, que la persona no puede controlar. De esta manera, una persona que sufre ansiedad generalizada, puede responder al retraso de su pareja al llegar a casa, pensando que ésta ha tenido un fatal accidente, es decir, anticipando lo peor. Además, ante un tema que generalmente sería descrito como trivial, estas personas pueden sentirse muy intranquilas e incluso temerosas, con dificultades para concentrarse en lo que quieren porque la ansiedad actúa como distractor.
Paralelamente, la ansiedad también deja huella en el terreno físico y fisiológico. Alta ansiedad implica alta tensión motora, alta activación vegetativa y alta vigilancia. Así pues, una persona con ansiedad generalizada suele presentar varios de los siguientes síntomas:
– Alta tensión motora
o temblores, contracciones o estremecimientos
o tensión o dolor muscular
o inquietud o sensación de agarrotamiento
o fatigabilidad.
– Hiperactividad vegetativa
o dificultad para respirar o sensación de ahogo
o palpitaciones o ritmo cardíaco acelerado
o sudoración o manos frías y húmedas
o sequedad de boca
o mareos o sensación de inestabilidad
o náuseas, diarreas u otros trastornos abdominales
o sofocos o escalofríos
o micción frecuente
o dificultades para tragar o sensación de tener un nudo en la garganta
– Hipervigilancia
o sentirse atrapado o al borde de un peligro
o exageración de la respuesta de alarma
o dificultad para concentrarse o tener la mente en blanco
o dificultades para dormir o mantener el sueño
o irritabilidad
Sintomatología asociada
Además de todos los síntomas anteriormente descritos, es importante tener presente otras complicaciones que puede presentar la ansiedad generalizada.
Cuando una persona se encuentra ante un peligro, la ansiedad que siente acciona su organismo para “salvarle”. Su Sistema Nervioso Vegetativo (o autónomo), más concretamente el Sistema Nervioso Simpático, se activa para dar una respuesta rápida a la situación y su Sistema Endocrino segrega hormonas que envía al torrente sanguíneo (por ejemplo, la adrenalina). Como la persona acaba respondiendo al estímulo adverso, toda esta energía se consume. Sin embargo, en la ansiedad generalizada la persona percibe peligros constantemente, lo que lleva a un estado de alerta permanente en el que la activación nerviosa y hormonal persiste a lo largo del tiempo y en casi todas las situaciones. El organismo carga, en su día a día, con un estado que debería darse solo excepcionalmente. Es como si el cuerpo estuviera trabajando al 120 % cuando las demandas reales solo piden un 70 %. Por tanto, está innecesariamente sobreactivado. Evidentemente, esto comporta consecuencias negativas para la persona. El organismo acaba agotado, el sistema inmunológico se debilita y, por tanto, la persona queda expuesta a contraer más enfermedades.
Por otro lado, también se sabe que uno de los cambios fisiológicos que produce la ansiedad es el aumento de la frecuencia y la presión sanguínea. Puntualmente y como respuesta a una amenaza, esta reacción permite que la sangre fluya más rápidamente y alcance todos los órganos necesarios para asegurar la protección de la persona. La sangre llega al cerebro, a los pulmones y a las extremidades superiores e inferiores, de manera que todo está a punto para desplegar lo mejor de sí mismo. En cambio, cuando este estado se prolonga, se puede volver en contra de la persona y acarrearle problemas de tipo cardiovascular como, por ejemplo, hipertensión.
Otros problemas físicos a los que puede conducir la ansiedad crónica son problemas gastrointestinales (i.e. úlceras), problemas musculares (i.e. contracturas, fatiga crónica), alteraciones cutáneas y disfunciones sexuales, entre otros. Del mismo modo, padecer enfermedades físicas puede inducir la aparición de ansiedad. Como siempre, mente y cuerpo se influyen entre sí.
COMORBILIDAD Y DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
A nivel psicológico, es frecuente que ante un estado de ansiedad generalizada, la persona presente otras manifestaciones psicológicas como sentimientos de indefensión, pasividad, percepción de poco control sobre la situación…. Pero, más concretamente, sabemos que si existe un trastorno con el que la ansiedad generalizada suele solaparse e incluso puede llegar a confundirse, es la depresión. Para distinguir una de la otra, es importante fijarse en ciertos matices en lo que al estado de ánimo se refiere. En la depresión la persona se encuentra triste y desesperanzada, mientras que en la ansiedad, el estado de ánimo lo marcan la ansía, los temores y la preocupación. Aún y así, como hemos dicho antes, es posible que ambas se den simultáneamente o como resultado la una de la otra.
También es común que la ansiedad generalizada coexista con otros trastornos de ansiedad como fobias específicas, trastorno de angustia con o sin agorafobia, fobia social, trastorno de ansiedad por separación, trastorno por estrés postraumático… Expondremos a continuación algunos ejemplos de diagnóstico diferencial:
– ansiedad generalizada y fobias específicas. En las fobias específicas la ansiedad aparece estrechamente vinculada a un objeto o situación temida claramente identificable.
– ansiedad generalizada y trastorno de angustia con o sin agorafobia
El segundo presenta crisis de angustia o crisis con síntomas limitados que son recurrentes, no esperadas y clínicamente significativas.
– ansiedad generalizada y fobia social
En la fobia social la ansiedad nace del miedo que tiene la persona a encontrarse en situaciones en las que puede sentirse humillada o juzgada por otros.
Finalmente, la ansiedad crónica se suele asociar también con trastornos relacionados con el consumo de sustancias: ya sea alcohol, tabaco u otras drogas y/o fármacos como ansiolíticos, sedantes, hipnóticos.
PREVALENCIA
Los trastornos de ansiedad son los cuadros clínicos más frecuentes que existen en la población general. Según muestran varios estudios, entre un 13 y un 15 % de la población padecerá en algún momento de su vida problemas relacionados con la ansiedad (Echeburúa, 1993). De entre todos los trastornos de ansiedad, el trastorno por ansiedad generalizada, es el que mayor número de personas afectadas presenta: hasta un 4% de la población (Jarne y Talarn, 2005). En cuanto a la repartición por sexos, podemos observar que diagnostican más mujeres que hombres y que la edad de inicio se sitúa en la mitad de la adolescencia aunque también es cierto que muchos de los sujetos diagnosticados explican que han sido ansiosos desde pequeños.
Paradójicamente, no es tan habitual encontrar personas con ansiedad generalizada en la clínica, como lo es encontrar personas con otros trastornos menos frecuentes, como la agorafobia o otros tipos de fobias. Solo algunas de las personas con ansiedad generalizada buscan ayuda y, igualmente, lo hacen más tarde de lo deseable. Es decir, cuando el problema ya se encuentra muy arraigado porque han pasado muchos años desde que se inició. La explicación que se suele dar a este fenómeno, es que posiblemente y pesar de las dificultades que comporta el trastorno, sea posible habituarse a él e incorporarlo como una parte más del día a día. Por otro lado, también se añade la posible atribución que la persona y su entorno, puede hacer del trastorno en tanto que rasgo de personalidad.
EJEMPLO DE UN CASO CLÍNICO
Antonio es un aparejador de 38 años, que tiene un trabajo estable y es muy aficionado a la música. Está casado y tiene un hijo de dos años. Recuerda que, ya desde la infancia, los padres y profesores le consideraban como un niño “nervioso” y con dificultades de concentración. Al parecer, los padres, ya fallecidos, no tenían problemas psicopatológicos específicos, pero, sin embargo, “mi madre siempre recurría a pastillas para dormir y mi padre se quejaba a menudo del estómago”.
Acude a la consulta porque se suele sentir mal ante cualquier problema laboral que se le plantee o después de cualquier discusión, por pequeña que sea, con su mujer o los compañeros de trabajo. Tiende a padecer de dolores de cabeza y a verse envuelto por una sensación de malestar profundo en estas circunstancias. No recuerda desde cuando, pero ya lleva años con este problema. En concreto, suele experimentar inquietud psicomotriz, sensación de ahogo, sudoración, palpitaciones y, sobretodo, pesadez de estómago. Los síntomas no son muy intensos pero sí lo suficientemente molestos como para tenerle preocupado por la frecuencia con que aparecen ante los pequeños contratiempos cotidianos.
(Echeburúa, 1993)
TRATAMIENTO
El tratamiento de preferencia para tratar la ansiedad generalizada se compone de intervenciones de tipo cognitivo-conductual más la posibilidad de incluir terapia farmacológica, en caso de ser necesaria.
De esta forma, a continuación pasamos a describir los componentes esenciales y más destacados de estas intervenciones:
Intervenciones de tipo conductual
Están orientadas a trabajar la afectación fisiológica que produce la ansiedad (i.e. dificultades para respirar, tensión muscular…) y también aquellos aspectos comportamentales que la ansiedad ha desorganizado o empeorado (i.e. las conductas de evitación y huida).
Así pues encontramos las siguientes técnicas:
– Respiración controlada
Proporciona a la persona las habilidades necesarias para frenar la hiperventilación involuntaria a través de respiraciones lentas y calmadas. Así, es capaz de evitar el malestar que provoca y sus síntomas asociados (mareos, vómitos, palpitaciones, fatiga, respiraciones más cortas…).
– Relajación
~ Física
Más concretamente, se suele optar por el método de relajación progresiva de Jacobson. A través de él, la persona aprende a diferenciar la tensión, de la relajación muscular, en todos los grupos musculares de su cuerpo. Básicamente, este tipo de relajación consiste en ir avanzando por distintos músculos, tomando conciencia de ellos mientras se tensan de forma voluntaria durante unos segundos para, a continuación, relajarlos.
~ Mental
Además de una relajación corporal también se busca liberar la mente de preocupaciones. Esto es posible a través de:
– Entrenamiento autógeno
En el contexto de un ambiente tranquilo, esta técnica se basa en la autosugestión, la concentración pasiva y la repetición mental de frases (relacionadas con el peso y calor de las partes del cuerpo que uno pretende relajar).
– Visualización o relajación en imaginación
La persona imagina una escena que le resulte agradable y relajante y, además, puede asociar a ella palabras o frases que potencien aún más ese estado de relajación. Por ejemplo: calma o relax.
– Meditación
Consiste en la utilización de una clave estimular repetitiva. Es decir, centrar la atención en visualizar en la imaginación algo que se repite constantemente. Esta clave estimular en la cual la persona se centra, puede ser de distinta naturaleza:
- Un mantra, es decir, una palabra o frase que se va repitiendo.
- Algo físico, como la respiración, que también se repite de forma constante.
- La contemplación de algo externo como el sonido de las olas del mar o de un aplauso.
- Una imagen en la que concentra su atención.
La efectividad de la meditación parece explicarse por el hecho de que favorece el cambio de dominancia entre los hemisferios. Normalmente, predomina el hemisferio izquierdo por encima del derecho. Pero cuando la persona se concentra en algo global, sin analizarlo ni desmenuzarlo, permite que el hemisferio derecho pase a un primer plano, mientras que el izquierdo baja su activación.
– Exposición gradual a situaciones internas o externas evitadas. Por ejemplo, hablar o pensar sobre temas que suscitan ansiedad y realizar tareas que provocan inquietud. Preferentemente, se apuesta por la autoexposición.
– Programación de actividades lúdicas y de ocio.
Intervenciones de tipo cognitivo
Teniendo en cuenta que la forma de concebir e interpretar la realidad determina, en gran medida, nuestras actitudes y reacciones respecto a la misma, procurar que los pensamientos sean menos catastrofistas y más realistas, hará que la persona con ansiedad pueda sentirse menos amenazada por lo qué ocurre a su alrededor. En base a esto, las intervenciones de tipo cognitivo (es decir, las que tienen que ver con los pensamientos) pueden:
– ayudar a la persona a percibir el mundo como menos peligroso, con las técnicas de detección de pensamientos automáticos y restructuración cognitiva;
– darle herramientas para poder controlar más sus preocupaciones cuando éstas le invadan demasiado, con las técnicas de distracción cognitiva;
– y aprender a serenarse a sí misma cuando una situación le angustie, a través de autoinstrucciones tranquilizadoras.
Tratamiento farmacológico
En ocasiones, el tratamiento psicológico descrito anteriormente, aunque necesario, no resulta suficiente para tratar la sintomatología ansiosa. En tales casos y bajo supervisión médica, se combina la terapia con los fármacos. A veces, incluso, es necesario utilizar los fármacos primeramente, para que la persona sienta un pequeño alivio en su sintomatología y, así, estar en mejores condiciones para comenzar el proceso terapéutico.
A continuación, presentamos los fármacos que se suelen emplear para el tratamiento de la ansiedad generalizada:
o Benzodiacepinas
o Ansiolíticos no benzodiacepinéicos
o Betabloqueantes
o Otros
§ Antidepresivos tricíclicos
§ Inhibidores de la MAO
Evidentemente, la elección de uno u otro, depende de las características específicas del trastorno en la persona que lo padece, pudiéndose subministrar algunos de ellos de forma simultánea.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Benedito, M. C. y Botella, C. (1992). Tratamiento de la ansiedad generalizada por medio de procedimientos cognitivo-comportamentales. Psicothema, 4 (2), 479-490.
Echeburúa, E. (1993). Ansiedad crónica: evaluación y tratamiento. Madrid: Eudema.
FIrst, M., Frances, A. y Pincus, H.A. (1996). DSM-IV: Manual de diagnóstico diferencial. Barcelona: Masson.
Hollander, E. y Simeon, D. (2004). Guía de trastornos de ansiedad. Madrid: Elsevier.
Jarne, A. y Talarn, A. (comp.). (2005). Manual de psicopatología clínica. Barcelona: Paidós.
Labrador, F. J., Cruzado, J. A. y Muñoz, M. (2006). Manual de técnicas de modificación y terapia de conducta. Madrid: Pirámide.
Redactado por la psicóloga Ana Sández